jueves, 29 de diciembre de 2011

La Gula... por Marco Antonio Raya


La Gula.
                       Por Marco Antonio Raya



Leo que la hueste te protege y controla el acceso a tu cuerpo, pero lágrimas y sollozos me saben tan bien que sueño con castrarte. Lo haría lentamente, como con olvido, asumiendo el destrozo que los años han localizado en tu pubis de cachorro.

Deslizo mi mano hacia las profundidades de la boca de eso que llaman pez y remolque y que es ahora. Tienes los ojos del cordero. Los dientes de tu madre. Las caderas llenas de símil de bacterias: un campamento con hogueras para la nueva sangre. La mutación se inaugurará con ráfagas amarillas y negras de combustión y vendrán cuerpos arrastrándose hacia la sonrisa de cepo que tan acertadamente llamas hogar, atraídos como polillas. Maestros en el arte de caer.

Mi hijo, mi perdición, pasaste treinta años en el vientre y has salido dando órdenes.

Caballos desdentados cabalgan por ti. La embocadura de la brida se alimenta en su aracnoides. Venimos a temblar, dicen, amazona. Venimos a morir por ti cada día que pasa. Y no te has enterado, sopor. Mi alma, mi caricia. Los dedos consumidos y el cansancio del viaje: los caballos relinchan y descienden de sus belfos hilos pestilentes que la muerte preñó sin avisar.

Sigo fantaseando con la catástrofe de tu bendita derivación a la nada: la eliminación de tu sexo.

En el cuento, los tres cerdos despiertan una mañana con la piel sangrante y abierta, vulnerada con letras inverosímiles, la escritura antigua de la palabra amor y más abajo venganza y más abajo más, por fin, redención.

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