miércoles, 27 de febrero de 2013

¡ABREVADERO!



a Joan Fontcuberta
Te encuentras ante un diorama tan enorme que, más allá de estas rocas de serrín y pegamento, son el fondo curvo, la iluminación rojiza y la mentira tridimensional lo que pesan hasta convertirse en lo que llamas sin saberlo Tiempo, y así se logra la ilusión de que les acompañas mientras Ellos, uno por uno, se acuclillan ante el primero de los caídos suyos.

sábado, 16 de febrero de 2013

Sangre gitana




por Colectivo juan de madre


             L.V venera su colección de pañuelos. Los guarda extendidos dentro de fundas de vidrio, en tanques de criogenización reversible. Posee centenares. La mayoría de pañuelos quedan adornados por bordados y costuras, otros son meros trozos de pobre tela blanca. La característica que todos ellos comparten son las manchas rosáceas de sangre seca y gitana. Algunos tienen un par de marcas, otros cuatro; L.V presume de un pañuelo con seis rastros de sangre vieja.
Los compra a cualquier precio. Normalmente cuestan varios miles de euros. “El coleccionismo de pañuelos está en auge. La demanda está desbordada”, explica L.V. “De ahí los precios”, añade después. Abre un tanque de criogenización y extrae una de las fundas de vidrio. Introduce la funda en el dextorno. Abre la carpeta ya descriogenizada y saca el pañuelo poco a poco. “Así se conserva incorrupto, como reliquia de santo”, dice. Después extiende la tela, que tiene flores azules cosidas en sus cuatro esquinas. En uno de los laterales se puede apreciar una breve mancha, pero es en  el centro del pañuelo donde está la marca mayor. Es como el rastro de una pequeña rosa descolorida. L.V lo huele, y calla un leve gemido. “Estos tesoros se utilizaban en uno de los rituales gitanos. La tradición se diluyó hacia finales del XXI”, explica L.V, “pero hasta entonces, toda mujer gitana que quisiera conservar su honra, antes de casarse debía demostrar su virginidad con un pañuelo”. Conecta su pantalla y abre unas video-imágenes en dos dimensiones, captadas hace un siglo. En la secuencia visualizada una muchacha está sobre una mesa, rodeada de mujeres gordas con trajes largos. La muchacha tumbada se remanga la falda y llora. Entonces una señora con un pañuelo se acerca a ella. En la imagen los genitales quedan pixelados.
 
“La del pañuelo es la jardinera”, aclara L.V, “Era la encargada de introducir con el dedo el pañuelo por el orificio vaginal de la doncella. Se suponía que si llegaba virgen al matrimonio, habría sangrado”. En la pantalla la muchacha tumbada emite alaridos de dolor, o de terror. La jardinera retira ya el bordado y lo muestra a las mujeres de la sala, todas aplauden ante dos marcas rojas.
L.V descrioniza otro de sus pañuelos. Lo deja sobre una mesa, y lo mira hipnotizado, señalando una de las manchas. “Es sublime”, dice. “Estas señales me resultan como aquellas láminas de Rorschach; aunque en este caso la diagnosticada es la remota propietaria de la sangre. Según el tamaño, el tono y las formas que adquirió la marca es fácil evocar aquella vagina penetrada. Adivinar su vello púbico. La forma de sus labios”, explica L.V.
“Cuando uno sabe apreciar la escultura final, es difícil ver atractivo en el molde que le da origen. No sé si me explico”, termina por decir.

domingo, 3 de febrero de 2013

AZURIA



Encajaba todo, y según el otro alzó la cuchara para interponerla en el caudal de sus miradas como el plateado mascarón de un barco pringado de vichyssoise, esto es, un claro síntoma de lo que él mismo había anticipado minutos antes en un aleteo de estrofas medio cascadas ―porque no hay viento del Sur― medio burlándose al tiempo de la liturgia admonitoria y pánfila de los comienzos, Bruno comprendió que, por fuerza, la historia tenía que arrancar con aquel sobre azul tan en apariencia inocuo, pues estaba vacío.

viernes, 1 de febrero de 2013

Agua de batalla

Agua de batalla



El juego consistía en ver cuántos peces sobrevivían. Cada jugador traía su propio equipo de peces carnívoros: el equipo estaba formado por diez, si bien los entrenadores se habían profesionalizado bastante en la última década y se presentaban con varias decenas de individuos que transportaban en peceras compartimentadas, donde diferentes especies sufrían los más duros entrenamientos en yincanas subacuáticas a base de resortes y peces-trampa, comida venenosa, obstáculos dentados y afilados, pequeñas descargas eléctricas producidas por diodos colocados en cofres miniaturizados o por peces alargados y estáticos, señuelos donde masticar y pulir los dientes, minirobots-buzo que los zarandeaban para muscularlos, anzuelos luminosos para cegarles y abrir sus tráqueas y, finalmente, un apartado donde tomar un merecido descanso mientras unos extraños insectos limpiaban sus aletas y branquias.

Los combates podían ser increíblemente rápidos gracias al adiestramiento de los peces que iban fulminando selectivamente a sus adversarios; aunque las tácticas se habían ido volviendo cada vez más conservadoras, con peces que resistían todo tipo de ataques y torturas tardando, a veces, más de una semana en morir de inanición, mientras que peces más feroces y ágiles en sus ataques apenas resistían una jornada.

Era hora de cambiar las reglas.



 Texto e imagen: Cisco Bellabestia