sábado, 19 de enero de 2013

AMOKALIA: La Piraña





Por Tony Fuentes

Camino por las calles de mi barrio, al sureste de Amokalia, llevando un pulverizador de agua en las manos. Entro en una tienda de mascotas y, abriéndome paso entre la concurrencia:

Dadme una piraña ahora mismo, me cago en Dios.

La propietaria del establecimiento, una momia andina vestida como una momia andina lesbiana, me mira de hito en hito y dice:

Ahora mismito, monsieur.

E introduce una mano desnuda en una gran pecera cercana, de la que extrae una piraña oronda, fastuosa, de rostro oligofrénico pero sumamente simpático.

Magnífico ejemplar, digo.

Todo tuyo, hijo de puta, dice la momia andina, y a continuación me arroja el pez a la cara.

Yo lo esquivo en el último momento, puedo escuchar el castañeteo de las mandíbulas cortando el aire por encima de mi cabeza, y apenas tengo tiempo para girarme y presenciar cómo se estrellan contra el rostro de un señor mayor con sombrero que aguardaba su turno detrás de mí. ¡Los dientes de sierra destrozan carne y músculo sin piedad alguna! ¡El venerable anciano explota en un torrente de gritos y chorros sanguinolentos! Y, en el último segundo, en un encomiable gesto de bonhomía, el buen hombre se quita el sombrero y nos dedica un último saludo a todos los presentes.

Cunde el caos. El público aplaude la escena con fervor, muchos aprovechan para forzar las jaulas de los monos y apropiarse de ellos, unos cuantos se entregan a la sodomía más extrema. Yo aprovecho la confusión reinante para inclinarme sobre mi piraña y tomarla por la cola:

Al fin juntos, digo, y la piraña me sonríe.

Salgo atropelladamente de la tienda mientras aplico el pulverizador de agua sobre mi nueva amiga; antes de que la puerta se cierre, varios monos cinocéfalos me secundan en la huida.

Corro por las calles de mi barrio como alma que persigue el Diablo, manteniendo a mi pirañita convenientemente húmeda. Los transeuntes con los que nos cruzamos se santiguan horrorizados, y saltando de la acera a la calzada donde los coches rampantes los atropellan sin la menor dilación, gritan:

¡Cuidado, cuidado! ¿Es que no veis que lleva una maldita piraña?

Yo me muero de risa.

Al fin llego al polideportivo municipal de mi barrio. Levanto a la piraña hasta la altura de mis ojos, los dos nos sonreímos conteniendo las lágrimas.

Vete a tomar por culo, digo.

Y empiezo a hacer girar el brazo con el que sujeto a la piraña, como si fuese un lanzador de martillo. Cuando la suelto y sobrevuela el muro que da a la piscina infantil del polideportivo, puedo escucharla decir: "Wiiiiiii".

Un chapoteo.

Los gritos salvajes, irritantes, infladores de cojones de los niños que comienzan a ser mutilados.

Yo digo: Va por ti, papá, y corro calle arriba y calle abajo, gritando como un demente, con los brazos extendidos, como un avión, como Cristiano Ronaldo.

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