EL JUEGO
Por Carlos G. De Marcos
Había estado
mucho tiempo perfeccionando su juego con cucarachas y otros insectos. Pequeños
objetivos fáciles de dominar. De pequeño, su madre le había enseñado a
hipnotizar pollos dibujando una raya en el suelo o dormir gallinas. Esto sería
pan comido.
Trazó un
círculo invisible en el alfeizar de la ventana con la yema de sus dedos; luego
tamborileó estos sutilmente sobre la superficie de cemento. Lo hizo un par de
veces, y entonces el incauto pajarillo, mirlo o gorrión, que observaba con
curiosidad la maniobra se introdujo
dentro del círculo imaginario.
El pobre ave,
por más que se debatía, agitaba las alas, piaba o picoteaba furioso la barrera
hipotética, era incapaz de escapar. Luego, el hombre volvió a repicar con sus
dedos el alfeizar, como si estuviera buscando una nota perdida en un piano, con delicadeza,
otras dos veces y el pajarillo cayó muerto de inmediato.
Una vez
terminado el juego, el hombre empujó el pequeño cadáver emplumado con los
mismos dedos que le habían dado muerte y éste cayó abajo, al patio del
presidio; luego se giró y miró a su compañero de celda, dormido en la litera de
arriba y se preguntó para sus adentros y se
sonrió entre dientes con una mueca bellaca.